(Spanish translation of Memorial Service Talk )
Ahora, ya vemos más nombres en el altar. Vamos a tener otro servicio de conmemoración esta noche. Cuando era joven en el Centro Zen de San Francisco solíamos decir que los servicios de conmemoración eran demasiado centrales en la práctica en Japón. Hablábamos de esto con gran desdén. “Ah, los japoneses ya perdieron el camino; se la pasan haciendo servicios y no llevan a cabo una práctica autentica.” Entonces nos sentíamos muy superiores a los pobres japoneses, quienes quedaban amarrados a realizar estos servicios de conmemoración todo el tiempo para los miembros de su congregación.
Pero éramos jóvenes. Conforme uno se va haciendo más viejo, más y más de nuestros amigos se unen a la gran mayoría de aquellos que ya no en están en este mundo, y de repente, los servicios de conmemoración ya no parecen estar tan fuera de lugar. Te das cuenta entonces que realmente es una práctica muy profunda el tener una forma, una manera de poder recordar a las personas que ya se fueron. Los seres humanos siempre se han maravillado con el misterio de la muerte. A su vez, porque la gente hace lazos tan estrechos unos con otros, necesitan mantener a los que han perecido cerca de su corazón toda la vida. Cuando cuentas con una forma de hacerlo, se vuelve más vívida la presencia de aquellos que se han ido, y efectivamente, en el servicio de conmemoración sientes de una manera muy real que haces contacto con ellos de nuevo. De alguna manera, aquellos que han muerto verdaderamente no han muerto. El contacto con ellos permanece. Las personas que han sido importantes en nuestras vidas siempre serán importantes en nuestras vidas. Y de alguna manera que nunca podremos explicar nuestra relación con estas personas continua, aún mucho más allá de su desaparición. En nuestra comprensión de la mente, de la vida, vemos que realmente no hay una diferencia demasiado fija entre la vida y la muerte.
Mi propia madre murió hace mucho tiempo. No olvidaré nunca cuando estaba enferma y sabía que se iba a morir, aunque ella no lo hubiera dicho o admitido, pero de alguna manera lo sabía. Recuerdo que una vez me preguntó, “¿Qué opinan los budistas acerca de donde van las personas después de la muerte?” Y le contesté, “En realidad, la persona que verdaderamente eres no se muere.” Recuerdo que estábamos comiendo bagels en un delicatessen judío al estar teniendo esta conversación. Cuando le dije esto a ella se mostró bastante confundida, y de repente cambió de tema y empezó a hablar de otra cosa.
Hoy en día me siento diferente acerca de estos servicios de conmemoración que hace algunos años. Ahora sé que estos servicios salen directamente de nuestra práctica de zazen, y realmente no son diferentes de nuestra práctica de zazen. Yo podría, en un futuro no muy lejano, acabar también sólo haciendo estos servicios de conmemoración, nada más que servicios de conmemoración. Tal vez acabaré haciéndolos de manera privada en mi propia casa todo el día sólo para recordar a toda aquella gente que ha pasado por mi vida y que extraño.
Cuando más envejece uno, más se vuelve esto el caso. Tengo una amiga que tiene ciento un años. Casi todas las personas que ella ha conocido en su vida ya se han muerto. Entonces tenemos suerte de estar vivos y necesitamos recordar a todos aquellos que han fallecido.
Por lo tanto, le he pedido a las personas que sugirieron estos nombres para el altar que comentaran un poco acerca de ellas. Escribieron algunas cosas que yo voy a leer para ustedes… para que todos sepamos hacia quien estamos cantando este servicio de conmemoración. Hay una cosa que es común en todas las personas cuyos nombres aparecen en este altar. Y es que todos ellos se suicidaron. Siempre hay algo particularmente poderoso e inquietante en la muerte de alguien que se ha quitado su propia vida.
Como muchos de ustedes saben, el primero de los diez graves preceptos es no matar. Y esta consigna se extiende a nuestra propia vida: no debemos matar nuestra propia vida. Esto significa que tenemos que respetarnos a nosotros mismos. Si alguien viene a hablar conmigo y dice que piensa suicidarse, yo sin duda le diría, “¡No lo hagas! ¡No lo hagas! Debes de conservar tu vida.” La gente a veces sufre muchísimo, pero siempre hay una manera para trabajar con este sufrimiento y de encontrar algún alivio. Yo le rogaría a esta persona que no lo hiciera. Pero cuando alguien si se quita la vida, no pensamos que rompió algún precepto y no le echamos la culpa. Cuando uno se muere, honramos su vida, incluyendo el final. Honramos su suicidio y no pensamos que es un fracaso. No sentimos que se cometió algún error.
Es imposible entender la mente de otro ser humano. Es imposible entender el corazón de otra persona. A veces puede existir un sufrimiento que es terriblemente inexpresable. A veces el impulso de quitarse la propia vida puede ser más fuerte que la voluntad. Simplemente no sabemos. Nos equivocamos al pensar que podemos conocer las acciones de una persona y más si la culpamos o nos culpamos a nosotros mismos por algo que ha sucedido. Por eso al final de una vida siempre celebramos esa vida y celebramos la perfección de esa vida como fue. Y aunque deseáramos que fuera diferente porque amamos a esa persona, aceptamos lo que sucedió y reconocemos que no sabemos exactamente lo que esta vida necesitaba. Quizá era así justamente como tenía que ser.
En efecto, antes de que yo viniera a México, en nuestra comunidad budista en la zona de San Francisco, alguien también que se suicidó. Esta persona era alguien que había practicado el budismo durante muchos años y sufría de una depresión severa. Ella estaba muy activa políticamente, y los problemas del mundo la afectaban profundamente. Creo que sus amistades sintieron que se suicidó porque estaba desesperanzada por el estado actual del mundo.
Tal vez esto sea común, que mucha gente se sienta así cuando se suicida. Uno podría decir, “Bueno, estaba sufriendo de depresión y solamente pensaba en los problemas del mundo por razón de sus propios problemas. Proyectaba su sufrimiento en el mundo.” Pero también podría ser al revés: que su preocupación por el sufrimiento del mundo fuera tan grande que resultara insoportable. Incluso podría ser que alguien que no tiene más que sus propios conflictos y dificultades y no piensa en el mundo, realmente ha incorporado el sufrimiento del mundo dentro de su propia vida, como su propio problema. Podría ser que apareciera esta dimensión cada vez que ocurre este tipo de muerte trágica… como si la pesadumbre del mundo se condensara precisamente en esta vida, y que la persona que se suicida sea tan sensible al sufrimiento del mundo que no lo puede soportar.
Esta es una cosa que admiro enormemente en la religión Cristiana. Porque muestra con la vida de Jesús a alguien que absorbe todo el sufrimiento del mundo y que muere por y para el sufrimiento del mundo. Y esta es otra manera en que podemos entender y apreciar la muerte de alguien que se ha suicidado. Sin embargo, cuando la persona está viva siempre le decimos, “¡Por favor, no lo hagas! ¡Por favor, no lo hagas!” Y la debemos ayudar a encontrar una manera de poder lidiar con su sufrimiento.
(Norman lee las historias de cada una de las cuatro personas).
Es muy duro pensar en esto y asimilar tanta tristeza, pero pronto vamos a cantar el servicio de conmemoración, con la esperanza de que el Sutra pueda contener nuestro sentimiento y podamos ofrecer nuestra práctica, no solamente nuestro servicio de conmemoración sino toda nuestra práctica de esta semana, para beneficiar a estas personas.
Dice Suzuki-roshi:
Cuando fui al Parque nacional de Yosemite vi unas cataratas inmensas. La mayor tiene 492 metros de altura y en ella el agua desciende como una cortina que baja de la cima de la montaña. No parece bajar velozmente, como uno se lo imagina, sino que da la impresión de descender con mucha lentitud, debido ala distancia. Y el agua no cae como una sola corriente, sino que se divide en muchos chorros minúsculos. Vista a la distancia parece una cortina. Y yo pensé que para cada gota debe ser una experiencia muy difícil bajar desde la cima de una montaña tan alta. Transcurre tiempo, mucho tiempo, hasta que el agua cae al fin hasta el pie de la catarata. A mí me parece que tal vez sea así nuestra vida humana. Sufrimos muchas pruebas difíciles en nuestra vida. Más, a la vez, pensaba que originalmente el agua no estaba separada. Sino que era un río. Tiene dificultad al caer sólo cuando se separa. Es como si el agua no tuviera ningún sentir cuando es un río entero. Sólo cuando se divide en muchas gotas puede comenzar a tener o expresar algún sentimiento…
Antes de nacer no teníamos sentimiento alguno. Éramos uno con el universo… Después que nuestro nacimiento nos separa de esta unidad, de la misma manera que el agua que cae en las cataratas es dispersada por el viento y las rocas, nosotros al nacer adquirimos el sentimiento. Uno tiene dificultades porque tiene sentimiento… Cuando uno no se da cuenta de que es parte de un río o parte del universo, siento miedo. Separada o no en gotas, el agua sigue siendo agua. Nuestra vida y nuestra muerte son la misma cosa. Cuando nos damos cuenta cabal de ello, le perdemos el miedo a la muerte y no tenemos verdaderas dificultades en la vida.
Al retornar el agua a su unidad original con el río, deja de tener sentimiento individual, recobra su propia naturaleza y encuentra la serenidad. ¡Cuán inmensamente contenta debe de estar el agua cuando vuelve al río original! Si éste es el caso, ¿qué sentimiento nos embargará al morir?… Al morir tendremos serenidad, la serenidad perfecta.
traducido por Sergio Stern
© 2002, Norman Fischer