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Desprendimiento

By: Norman Fischer, Zoketsu Norman Fischer | 11/07/2007
Location: Tassajara Zen Center
In Topics: Zen Koans
Comentarios del caso 25 del Blue Cliff Record

 

Desprendimiento
Comentarios del caso 25 del Blue Cliff Record
por Zoketsu Norman Fischer

Plática de dharma impartida en Tassajara, febrero 16, 1998

La manera de ser feliz, de acuerdo a Buda, es simple: sólo despréndete. Si te desprendes de mucho tendrás mucha felicidad; si te desprendes de poco, tendrás poca felicidad; y si no puedes desprenderte de nada en absoluto, tendrás mucho sufrimiento. La práctica del desprendimiento se recomienda no porque sea una buena idea o moralmente superior en algún modo, sino porque es práctica, y además, realmente es el único camino. Porque no importa si logramos desprendernos o no, las cosas se van sin que podamos hacer algo por evitarlo. Más vale desprenderse y cooperar con la manera de ser de las cosas que intentar infructuosamente de resistirse a la irresistible forma de la realidad.

Pero desprenderse es duro porque la mente humana desea aferrarse: es un hábito enorme y muy antiguo. De hecho, el aferramiento es todo lo que conocemos, es literalmente lo que somos; y no queremos desasirnos de nosotros mismos. Soltar se siente como la muerte y tenemos miedo a la muerte porque significa nuestro fin. De hecho desprenderse es una especie de muerte; algunas veces puede ser literalmente la muerte: tendremos que desprendernos de nuestra vida en algún momento. Pero ya se trate de lo que llamamos muerte o sólo de un desprendimiente cotidiano, de todas maneras se trata en realidad de muerte. Cada momento tenemos que morir, cada momento morimos a este momento de nuestras vidas. Se va para no volver. Si es un momento maravilloso se irá; y si es un momento terrible, se irá de igual manera. Cada momento muere a sí mismo; y es así como cada momento de nuestras vidas se encarga de sí mismo completamente; cada momento contiene en sí mismo su resolución propia, perfecta. Practicar el desprendimiento es participar en esta muerte-momento-a-momento que es la vida: desprenderse es unirnos a nuestra vida.

Esto, de alguna manera, suena drástico y sé que a mucha gente no le gusta oír este tipo de cosas. Desprenderse realmente es morir, pero morir no es sólamente morir: morir es libertad, liberación, paz. Morir significa dejar a un lado la carga de nuestra vida y salir a las montañas en una gran excursión yendo de aquí para allá como una nube. Morir significa que no nos aferramos a nada relacionado con los seis sentidos: todo lo que oímos, olemos, saboreamos, tocamos o pensamos lo apreciamos por lo que realmente es; no lo “yoisamos” ni tratamos de retenerlo fijamente: sólo lo dejamos ir y venir; lo dejamos nacer y morir como de hecho nace y muere momento a momento. Esta es la manera más bondadosa de vivir y la única manera de amar: dejar que cada cosa sea lo que es y luego dejarla ir, dejarla ser libre. Tratar de retenernos a nosotros mismos o retener nuestro mundo o a otra persona en un lugar es imposibe. Nada puede manetenerse en un sitio. La vida está llena de presiones, estrés, cargas; y es por eso: porque estamos tratando con todas nuestras fuerzas de manener fijo aquello que no se puede mantener en un lugar; estamos intentando preservar lo impreservable y fijar lo no fijable. De hecho todo tiene integridad tal y como es; todo está rodeado de un espacio inmenso: cada uno de nuestros pensamientos, aun nuestros sufrimientos, ciertamente los árboles y pastos, el sol y la luna y las nubes, nuestro cuerpo humano: todo pasa y reaparece como es, operando en conjunto en una maravillosa armonía del libre pasar, si tan sólo se lo permitimos, si sólo nos despredemos y le permitimos ser de esa manera en el curso de nuestro vivir.

La vida de desprendimiento es la vida de libertad. El desprendimiento no significa que seamos distantes a todo o que no exista calidez o que las cosas no nos importen; la palabra desprendimiento es buena porque sugiere distancia y en el amor siempre debe existir alguna distancia, espacio o apertura. En la vida cotidiana de los humanos siempre existe algo de deseo: si no existiera el deseo, no podría haber vida. Pero si uno se aferra al deseo con demasiada intensidad, éste se vuelve algo muy restrictivo. Si en nuestro amar existe mucho deseo al que nos aferramos fuertemente, entonces nuestro amar se vuelve también limitante y de pronto ya no es amor sino dependencia, o aun antipatía; el verdadero amor exige cierta distancia, cierto desprendimiento. Con los ojos del desprendimiento podemos ver que el objeto de nuestro amor no puede ser poseído, no es algo a lo que podamos aferrarnos. Cuando digo esto puede parecerles trágico. De alguna manera es trágico; trágico si no te gusta y no lo quieres aceptar. Pero si lo aceptan, verán que la imposibilidad de poseer o aferrarnos al objeto de nuestro amor es algo bueno porque si pudiéramos, no se trataría realmente de un ser viviente; sólo sería nuestro invento, y los inventos no son objeto de amor. Todo ser viviente necesita su propia integridad y su propia libertad y espacio: así que siempre debe existir cierta distancia y desprendimiento en el amor. Y el deseo —si lo estudian con cuidado y muy de cerca— posee esta característica: el deseo tiene espacio a su alrededor si se lo permites, si no insistes en atestarlo. Pero como regla general atestamos nuestro deseo y entonces se convierte en algo doloroso pues nunca puede ser satisfecho. Esto es lo que son los fantasmas hambrientos: seres que atiborran sus deseos en rincones pequeñísimos y experimentan los sufrimientos indecibles de un desear interminable y nunca satisfecho. Todas las adicciones son así. Esta es la mente de la adicción, la mente atestada de deseo del fantasma hambriento. Pero si practicamos el desprendimiento y abrimos espacio para nuestro deseo y el objeto de nuestro deseo, si permitimos a nuestro deseo ser lo que es y después irse, entonces no tenemos que sufrir y sí disfrutar de nuestro deseo y su objeto ya sea que lo satisfagamos o no. De hecho todo está ya desprendiéndose: tú y yo estamos desprendiéndonos. Así que no existe necesidad de satisfacer nuestro deseo. Algunas veces cuando está bien que lo hagamos lo hacemos, pero aun entonces no poseemos nada. Sólo disfrutamos algo por un momento y luego lo dejamos ir. El deseo, entonces, puede surgir y no es preciso que sea un problema tan grande.

Lo mismo ocurre con la aversión. La aversión es inherentemente desagradable, pero el deseo, que parece ser agradable superficialmente, es también desagradable cuando está a tope. Ya que la aversión es inherentemente desagradable, podría pensarse que nosotros desearíamos desprendernos de ella automáticamente. Pero no es así; deseamos deshacernos de la aversión o sentirnos mal con respecto a ella; en otras palabras retrocedemos ante nuestra aversión: sentimos aversión hacia ella, lo que significa que deseamos su desaparición en este momento porque no queremos sentir el desagrado que nos produce. No sabemos cómo hacerle un espacio, dejarla ser y desprendernos de ella. Así que de alguna manera estamos alimentando nuestra aversión al ser agresivos hacia ella. En lugar de esto necesitamos aceptarla y permitirnos sentir completamente el displacer que nos produce, estar en paz con ella y dejarla ir. Entonces la aversión tampoco constituye un problema tan grande.

No tenemos que vencer nuestra naturaleza humana para ser felices. Eso no funcionaría. Es como si un general mandara escuadrón tras escuadrón de tropas en misiones suicida contra un muro enorme e inexpugnable para tratar de penetrarlo lanzándose contra él. En lugar de esto sólo tenemos que enviar uno o dos exploradores pacíficos a caminar despacito a lo largo del muro hasta descubrir la manera de rodearlo. Es necesario aceptar los hechos y las consecuencias reales de ser humanos. Esa es la manera de ser felices y de ayudar a otros a ser felices.

Registro Blue Cliff, caso 25: Una vez el ermitaño de la cumbre de la Flor de Loto levantó su bastón y lo mostró a la asamblea. Dijo, “Cuando los antiguos llegaron aquí, ¿por qué no se quedaron?”

No hubo respuesta de la asamblea así que se respondió a sí mismo, “Porque no ayuda al Camino”.

Una vez más dijo, “Y, ¿qué con eso?” Y se respondió a sí mismo, “con mi bastón sobre mi hombro no pongo atención a la gente; voy derecho hacia la miriada de picos”.

El otro día estábamos hablando sobre Iron Grindstone Liu, que vivió en una ermita en Kuei Shan. Yo estaba diciendo que ella había cumplido su estancia en el monasterio y se había graduado a una ermita, donde vivía una vida sencilla y tranquila. De hecho en las historias zen abundan estos ermitaños que vivieron anteriormente en los grandes monasterios. Pienso entonces que debe haber sido una práctica muy común el que, una vez saturado de la vida monástica hasta el punto, como dice Han Shan, de haber olvidado el camino por el cual llegaste, renunciabas a ella, la dejabas ir, para errar como la nube que se interna en las montañas. La Grindstone era así; y he aquí otro ermitaño que vive en la cumbre de Flor de Loto, donde, cuenta la historia, permaneció durante muchos años, y que, cuando alguien iba a visitarlo, levantaba su bastón y decía: “Cuando los antiguos llegaron aquí, ¿por qué no se quedaron?”

En la tradición monástica cristiana existe también el ermitaño. Los cristianos entendieron que hay dos tipos de práctica monástica: la cenobita, donde los monjes viven juntos haciendo de la vida comunitaria el centro de su práctica y la llevada a cabo por los ermitaños graduados de la vida cenobita. Esta última es necesaria porque te enseña las virtudes de la bondad y la tranquilidad; aprendes a meditar, a llevarte con otros, a sobreponerte a los defectos más odiosos de tu conducta interior y exterior. Este es un prerrequisito para la vida del ermitaño, que es una vida, como dirían los cristianos dedicada a la contemplación de Dios, o como diríamos nosotros, a la libertad producto del reconocimiento del aspecto eterno de las cosas ordinarias. Extrañamente, en el zen chino una imagen de la vida eremita es Hotei, el Buda gordo, en camino de regreso al mercado con una enorme bolsa de regalos. A diferencia de los ermitaños cristianos, que eludían el mundo, los ermitaños del zen chino no eran antisociales. En lo más profundo de su ser estaban fuera de la sociedad pues eran libres de ella, pero no eran antisociales. En todo caso, a medida que pasó el tiempo la vida del eremita fue desaparaciendo más o menos gradualmente tanto en el cristianismo como en el zen. Al principio la gente decía que nadie estaba listo para esa vida, pero más tarde llegó a ser vista como algo negativo. Thomas Merton luchó durante veinte años para convencer al abad de su monasterio cenobita de que estaba listo para la vida del ermitaño, y finalmente lo convenció. Creo que lo mismo sucedió en el zen. La práctica cenobita es muy fuerte y muy útil y como es comunitaria tiende a crear instituciones. Y las instituciones son muy poderosas y tienen una forma de protegerse a sí mismas. Enfin, en la antigüedad en China había aún muchos ermitaños como el de la cumbre de la Flor de Loto.

En el zen todos los monjes deben tener un bastón de viaje que simboliza la vida del monje: sin hogar, errando de un lugar a otro para estudiar el Camino. En otras palabras el bastón es símbolo del despertar mismo. Así que el ermitaño quiere decir: “Cuando los antiguos lograron despertar, ¿por qué no se albergaron en el despertar?” Durante veinte años nadie fue capaz de responder a esta pregunta así que un día se dirigió al monasterio para ver si los monjes podían contestarla, y cuando nadie fue capaz de hacerlo él mismo contestó: “Porque no ayuda al Camino”.

A mí me gusta mucho el beísbol, y como todo aficionado al beísbol, estoy convencido de que la vida es muy parecida a jugarlo. Tú eres el bateador y hay un picheo tras otro. Si no le atinas a un picheo, te olvidas y te aprestas para el siguiente. Si haces una carrera, tienes que olvidarte de eso y prepararte para el siguiente picheo. En el beísbol el promedio de fallas es tremendo: cada vez que está uno al bat hay un promedio de cuatro a seis picheos; así que batear diez veces implicaría unos cincuenta picheos. Si le pegas sólo a tres exitosamente lo estarás haciendo muy bien; así que en el beísbol un promedio de 90 por ciento de fracasos es muy bueno. Pero no lo piensas. Sólo te importa un picheo: éste. Es por eso que los despertados no pueden permanecer en ese estado: si se quedan ahí con la carrera anotada la última vez, perderán el picheo que viene ahora. Haber hecho una carrera en el último picheo no es ninguna ayuda para este picheo de ahora. En otras palabras, el ermitaño nos está diciendo que la única manera es soltar, soltar, soltar, momento a momento. No hay nada qué hacer, qué saber o qué poseer. Sólo estar preparado para vivir.

Para reforzar y aclarar este punto aún más el ermitaño continúa: ¿Y qué con eso? ¿Cómo es? ¿Cómo se hace? Y contesta: “Con mi bastón sobre el hombro no pongo atención a la gente: voy directo a la miriada de cumbres”. Aquí “gente” no significa necesariamente gente; significa el apego a la gente, o se refiere a la gente dentro de nosotros, nuestras ilusiones, que son bastante adherentes. Así que paso frente a todas —quizá con una sonrisa como saludo o un gesto de los hombros: bueno, pues, ni modo; con amor quizá, pero a la distancia— y me voy hacia los miles y miles de picos, azules y verdes, que se extienden hasta donde alcanza la vista. Continúo así hasta desaparecer entre las cumbres.

Es todo por hoy. Que todos desaparezcamos en la cumbre de cada momento y encontremos ahí una felicidad duradera.

traducción/translation: Guillermina Olmedo zentient@pvnet.com.mx