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Cuestionarse

By: Norman Fischer, Zoketsu Norman Fischer | 11/04/2007
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In Topics: Everyday Zen
Un ensayo publicado en la revista Shambala Sun.

 

Cuestionarse

de Zoketsu Norman Fischer

Un ensayo publicado en la revista Shambala Sun.

Tradicionalmente el origen de la corriente budista Zen se ubica en las fuertes palabras de Bodhidharma: una enseñanza especial fuera de las escrituras, que apunta directamente al corazón humano sin mediación. Desde el principio el Zen se expresa como la esencia del budismo —su núcleo— desprovisto de todo lo superfluo: directo y experimental, sin relación alguna con la fe o la piedad. El estilo y el tono de la literatura Zen a lo largo de su historia es, desde luego, muestra de esto. No es que la tradición Zen sea particularmente reformista o iconoclasta; de hecho en todo el Zen existe un respeto generalizado por el budismo per se, el budismo que precede y corre paralelo al Zen. Es sólo que todas las escuelas de Zen entienden la esencia del Zen como algo más profundo y amplio que cualquier escuela de budismo o aun otra religión, incluyendo el Zen mismo. Podría decirse que el Zen es la única de las grandes tradiciones del mundo que explícitamente hace del ir más allá de sí misma la esencia de lo que es. Claro que mucha gente Zen, tanto hoy como a lo largo de los siglos, se olvida de esto y erige en el Zen otro templo al estilo, el poder o la ortodoxia. Pero la enseñanza del Zen apunta claramente a otra cosa. ¿Qué es entonces la esencia del Zen? ¿Qué es lo que el Zen propone como esencia del budismo? ¿Como esencia de la búsqueda religiosa?

Yo diría que es el cuestionamiento. El acto exclusivamente humano, activo, poderoso, fundamental, inexorable, profundo de cuestionarse.

Un cuestionamiento que deja cualquier posibilidad —o aun noción— de responderse muy lejos. Un cuestionamiento que produce una duda tan profunda y tan desarrollada que eventualmente es imposible distinguirlo de la fe. Un cuestionamiento que inicia con el lenguaje y los conceptos pero que rápidamente incinera el lenguaje y los conceptos hasta sus cimientos. Un cuestionamiento que lleva a la humanidad hasta sus orillas y la empuja. Así que ser, la existencia en sí misma manifestada en un momento y lugar y persona particulares, adquiere un primer plano.

En el Zen realmente no existen doctrinas. El Zen no es una ideología, es una experiencia. Pero no es tampoco una experiencia porque la experiencia es siempre algo que exige descripción y explicación; la experiencia entendida así es ideología. El cuestionamiento nos lleva aún más allá de nuestra experiencia. Cuando un niño aprende a hablar, nombra. Pero una vez que domina el nombrar, casi al mismo tiempo en que los sustantivos se convierten en oraciones se inicia el cuestionamiento. ¿A dónde fue papá? ¿Por qué llora mamá? ¿Por qué no puedo comer más dulces? ¿Cuándo tendremos que irnos de aquí? Y más adelante, ¿por qué tengo que hablarle bonito a ella? ¿A dónde fue la abuela cuando la pusieron en la tierra? ¿Por qué tengo que crecer?

El cuestionamiento del niño empieza al darse cuenta de que las cosas del mundo no tienen sentido, que se nos dan explicaciones falsas y convencionales. Es por eso que los niños siempre hacen preguntas que los adultos no pueden contestar. Así que los adultos se ríen o sonríen o se rascan la cabeza en un intento de evadir el asunto por completo.

Y de hecho, al dejar la infancia, crecer consiste en deshacerse de estas preguntas infantiles que son, después de todo, expresiones de extrañeza o admiración, revelaciones de los límites del habla y el pensamiento. Crecer equivale a suspender el cuestionamiento, enterrarlo, para poder realizar el trabajo práctico de conseguir una manera de ganarse la vida y cooperar con los arreglos existentes en el mundo. Crecer es sumergir el cuestionamiento.

El cuestionamiento desde luego no se va. Está aún presente en nostros aunque bajo la superficie. Se manifiesta como una ansiedad inexplicable en medio de la noche o como una vaga insatisfacción con las condiciones tal y como se nos presentan o como un sentimiento desproporcionado de angustia ante situaciones de pérdida, fracaso o desilusión. De alguna manera es necesario que retornemos nuestro cuestionamiento, pero no sabemos cómo. Ni siquiera sabemos que tenemos que hacer esto. En un nivel discursivo el cuestionamiento no tiene fin. Parece subversivo y distrae. Nos obliga a retraernos de nuestra actividad. Crea en nosotros la incapacidad de comprometernos a nada. Parece que no podemos hacer a un lado nuestras preocupaciones y dudas. Estas parecen invadirnos y erigirse entre nosotros y una vida plena, comprometida.

Pero este tipo de cuestionamiento discursivo no es el cuestionamiento del Zen. Este tipo de cuestionamiento fluye de la prersonalidad y llega tan profundo como la personalidad: nuestra historia, nuestros deseos, nuestros miedos.

El Zen lleva el cuestionamiento a mayor profundidad. En la meditación Zen nos concentramos en la respiración en el abdomen y en la postura como una manera de permanecer alerta y radicalmente en el momento presente. Eventualmente dejamos que el pensamiento cese, pero no a través de un esfuerzo por eliminarlo.
Permitimos que el pensamiento piense en el pensamiento y de esta manera lo ponemos en reposo. Este poderoso centrarse en un punto único, con amplitud de espacio, en el momento presente con toda su profundidad pule el cuestionamiento y lo desarrolla hasta que sobrepasa el lenguaje. Hasta que el cuestionamiento queda reducido a una intensidad que quema la curiosidad y la desesperación. La vida es cuestionamiento y nada más que cuestionamiento. Todo lo demás se disuelve. Todo lo demás parece parcial o exagerado. Este cuestionamiento, y no alguna creencia o doctrina, es la esencia del Zen, la esencia de lo que existe más allá del Zen: sólo lo que es confirmado y sostenido por lo que ocurre, y confiar en esto absolutamente, aunque momento a momento desaparezca como el humo. Es ir más y más profundo con el cuestionamiento hasta que no haya posibilidad de una respuesta que uno pudiera repetir, definir o aun saber con precisión. Es el surgimiento de una certeza. Y luego el constante desprenderse de esa certeza esperando mantenerse en el medio de la incertidumbre, porque la incertidumbre es lo único que tiene la sólida textura pétrea de la verdad. La incertidumbre es disposición. Sólo se convierte en problema y debilidad cuando subyace el deseo de un resultado seguro. Pero en realidad ningún resultado es suficiente, ningún resultado puede llegar al nivel de este cuestionamiento exhaustivo. Ningún resultado puede compararse a la gloria panorámica y el color de la imaginación. La incertidumbre está preñada de una posibilidad constante. Es una aventura interminable. El tiempo es eterno porque el cuestionamiento lleva al tiempo fuera del tiempo. El cuestionamiento simplemente continúa.

Quizá haya dado una falsa impresión aquí si dejé entender que el cuestionamiento es algo heroico. En esencia lo es, pero también es algo muy ordinario, y el Zen no es más que algo práctico y bien aterrizado. De hecho éste es uno de los aspectos cardinales del cuestionamiento Zen: que su profundidad y concentración es idéntica a la de otros asuntos cotidianos y comunes. Con la práctica diaria en el templo o fuera del templo uno gradualmente integra el cuestionamiento a partir leña y acarrear agua de manera que el proceso del cuestionamiento purifique nuestra vida diaria. Es como una fibra o una antorcha, tallar o quemar el desecho y la mugre del deseo y la confusión que recubren las actividades ordinarias. Con el cuestionamiento cuando caminamos sólo caminamos y cuando comemos sólo comemos. Nada extra puede soportar el fuego del cuestionamiento.

Más allá de este aspecto personal y existencial del cuestionamiento existen otras implicaciones. Con un espíritu que se cuestione no existe la posibilidad de aceptar sin pensar la injusticia personal, social o política. Uno no puede aceptar nunca la convención más que como tal y uno se ve forzado a mirar con más profundidad las implicaciones de las acciones e instituciones y, desde luego, a actuar de acuerdo a lo que se ha visto. Así que, a pesar de la historia caleidoscópica del budismo en Asia, y en Occidente también, estoy convencido de que el verdadero espíritu Zen implica bondad radical y rectitud. Y estoy convencido de que a través de su historia en todas las culturas ha habido ejemplos de este verdadero espíritu y que seguirá habiéndolos.

Siempre existe desde luego una historia para contar sobre los establecimientos religiosos; una historia que comienza —pero pronto se aparta— en la esencia interior de las percepciones o las prácticas sobre las cuales estos establecimientos se fundan. Y no se trata siemplemente de quedarse con la esencia y deshacerse del establecimiento. Esta sería una posición reconfortante y positiva pero resulta esencialmente ingenua. El hecho es que estas intuiciones y prácticas son traídas a la posibilidad contemporánea por las instituciones que al mismo tiempo se empeñan en erosionarlas. Así que uno debe trabajar con el sistema o al menos en relación al sistema. La religión, estoy convencido, es para la gente; necesita servir a la gente, y la gente necesita ser servida por la religión para llegar a ser ellos mismos. Pero la religión parece empeñada en olvidar esto. A mí me parece inevitable puesto que el cuestionamiento nunca llega lo suficientemente lejos. Se doma y se codifica naturalmente porque deseamos entender lo que está pasando; queremos hacer las cosas bien, y para asegurarnos de esto, tomamos el camino que parece más certero, el camino que depende de una autoridad fuera de nosotros, una autoridad que de alguna manera parece más impresionante que nosotros rodeada como está de los atributos de una dignidad fuera de nuestro alcance. Así que existe un elemento de tragedia que, pienso, debemos aceptar; pero dentro de esta tragedia —que es el legado del cuestionamiento— existe una posibilidad alimentada constantemente e individuos, grupos de individuos e incluso quizá culturas completas pueden escapar de cuando en cuando a las consecuencias nefastas y llegar a espacios abiertos de calma y bondad y justicia. Al menos la esperanza en esto es infinita y es un aura que ilumina el cuestionamiento en todos sus puntos.

Si vamos a ser verdaderos ante el cuestionamiento y a seguirlo con todas sus implicaciones, debemos hacernos algunas preguntas más y más difíciles.

¿Acaso cuestionarse erosiona nuestro sentido de los valores? Sí y no. Los valores son muy reconfortantes y el cuestionamiento acaba con el confort, llama todo a cuentas. Los valores, las reglas, aunque aparentemente benignos y positivos, también se convierten fácilmente en terreno fértil para la santurronería y el autoengaño. Sostener valores con demasiada firmeza, sin preguntas, es algo finalmente destructivo. El verdadero espíritu del cuestionamiento nos lleva más allá de los valores a la conexión, que es, en esencia, la fuente de toda virtud humana. Con el cuestionamiento no existe yo y no existe tú, sólo existe el desarrollo de una pregunta única. De esto debe fluir un espíritu de bondad retador y completo. Esta bondad no tiene signos. Nadie sabe cómo aparecerá en un momento dado. Así que existe algo de peligro en ella.

Y tendremos que preguntarnos: ¿puede una persona que hace totalmente suyo el reto de cuestionarse sobrevivir en el mundo práctico? Y aquí me refiero no al mundo de cortar leña y acarrear agua sino al mundo más complicado y menos agradable del empleo y el dinero, los impuestos, romances, hijos y la televisión. La respuesta a esto, yo diría, es también sí y no. La claridad del cuestionamiento nos porporciona un sentido de ecuanimidad y la energía para ir tras aquello que debe ser perseguido durante el trascurso de nuestras vidas de cualquier manera en que se presente. Pero cuestionarse también nos imposibilita mantener ciertas opiniones o actuar de cierta manera. La lógica de nuestro compromiso al cuestionamiento nos puede llevar a situaciones imposibles, situaciones cuya única salida es la pérdida o la muerte o alguna otra gran dificultad. Existe, me parece, una tendencia prevaleciente a pensar del Zen o el budismo como una respuesta bien educada a nuestras penas, como un camino civilizado y benigno hacia una felicidad confortable. Existe mucha verdad en esto, creo. El budismo es una manera racional y razonable de vivir con claridad y bondad. Pero en el fondo, en el nivel del cuestionamiento —que, me parece, uno encuentra inevitablemente si sus estudios llegan a una profundidad suficiente— existen problemas en relación con el mundo ordinario. Estos problemas sin embargo son vistos como tales sólo desde el exterior. Porque la persona dispuesta a cuestionarse hasta el fin y aún más allá puede vivir o morir, ganar o perder, ir y venir en libertad. Todo esto está expresado en la fórmula del Zen budismo tradicional de los dos estilos de enseñanza: la enseñanza que da la vida y la enseñanza que quita la vida. Ambos son necesarios. En el Blue Cliff Record existe una historia, la del peregrino Sudhana que acude al bodhisattva Manjushri para estiudiar herbolaria. Manjushri le pide que empiece sus estudios encontrando una hierba que no sea medicinal. Sudhana busca por todas partes pero no puede encontar una sola hierba que no sea medicinal. Regresa y comparte este sorprendente hecho con Manjushri. Todo es medicinal. Todo, nos guste o no nos guste, se ajuste o no a nuestros planes, es medicinal. Manjushri dice, entonces encuéntrame una hierba que sea medicinal y Sudhana recoge una hoja de pasto a sus pies y se la da a Manjushri. Manjushri dice, “Esta hoja de pasto es una espada que da la vida y la quita”.

Todos entendemos y aprobamos el dar la vida: nutrirnos a nosotros mismos y a otros, perdonarnos a nosotros mismos y a otros, cuidarnos a nosotros mismos y a otros. Pero quitar la vida es más difícil. Involucra renunciación, desprendimiento, abdicación. No sólo a las cosas en nuestra vida, pero a nuestra vida misma, nuestra identidad. Sólo así podemos ser verdaderamente libres y estar bien y sólo así podemos ser realmente bondadosos. El cuestionamiento nos lleva así de lejos.

PREGUNTAS

Por Norman Fischer

¿Por qué es este día diferente de ayer

y por qué soy yo yo y no tú o ella o eso?

¿Por qué ondea el estanque con

el viento y por qué le ladra el perro a casi todo y por qué

me resulta eso molesto? ¿Por qué será

que la música me conmueve y por qué casi

lloro cuando alguien es desprendido por un momento

aunque sea en una película? ¿Por qué

nací, por qué vivo otro día,

de dónde vine y a dónde voy? ¿ Por qué aparecen

las moscas de repente, de ningún lado

y en qué piensan las moscas,

o los saltamontes, o los peces, por ejemplo

las truchas, esas grandes, que flotan

con gracia, de cara a la corriente, y por qué será

que el mirlo acuático se retuerce así

o también qué hay de las

múltiples cosas de este mundo que no

hablan ni ven ni deciden ni prueban nada

como las bacterias, el fitoplancton, las amibas, los ácaros?

¿Cuál es la medida de este mundo?

Es lo pequeño más pequeño que lo grande o

es más grande y existe pequeño o grande

fuera de las matemáticas y acaso importa

y a quién? ¿A ti? ¿A mí? ¿Qué

hace el leguaje después de todo? ¿Es

otro órgano, como una nariz? Y

todo lo que ha sucedido ¿sucedió por casualidad

o existe un plan?

¿Y qué cosa es un plan?

¿Hay algo más que plan?

¿Puede alguien hacer, además, una pregunta

seria y significativa?

¿Puedo?

traducción Guillermina Olmedo zentient@pvnet.com.mx