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Buda Hace Girar Una Flor

By: Zoketsu Norman Fischer | 08/24/2005
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In Topics: Zen Koans
(plática impartida el 24 de agosto del 2005, Everyday Zen Dharma Seminar. A ser publicado en Tricycle Magazine.)
La siguiente historia, que es la versión zen de la primera transmisión de las enseñanzas de Buda Shakyamuni, se encuentra en la colección china de koans titulada Wumenguan (en japonés, Mumonkan) y data del siglo XIII. Se titula “La barrera sin entrada”:

Cuando el Buda se encontraba en el Monte del Buitre, hizo girar una flor ante la asamblea. Todos  se quedaron callados. Sólo Maha-kashapa se sonrió. Buda dijo: “Tengo el tesoro del ojo de las enseñanzas verdaderas, el corazón del Nirvana, la forma verdadera de la no-forma y la inefable puerta del Dharma. Es una transmisión especial fuera de las enseñanzas. Ahora se la confío a Maha-kashapa.”

Esta narración no es históricamente verdadera pero tampoco es inventada. Con los años he llegado a apreciar que expresa algo espiritualmente preciso sobre el linaje zen. Tratamos de practicar de acuerdo con la sabiduría esencial del Buda y tratamos de transmitirla, la semilla de verdad dentro de los detalles y las doctrinas que se han construido con el transcurso de las generaciones. La visión profunda de Buda, su comprensión y su modo de vida, es muy sencilla y directa, pese a que pueda parecer paradójica o inefable si la examinamos en el contexto de nuestra vida normal de locura. Si parece difícil de explicar, es porque las explicaciones se distorsionan con nuestra locura. Pero cuando se tiene un sentimiento personal, vívido, sobre el punto espiritual esencial del Buda, no es tan difícil de entender, ni de explicar. De modo que cuando alguien sostiene una flor —una flor hermosa, delicada, muy efímera y, por ello, muy hermosa— uno entiende de inmediato y uno sonríe ante la elegancia de la explicación.

Esta historia no se menciona en ninguno de los sutras. Pero los sutras sí se refieren a Mahakashapa como uno de los principales discípulos de Buda, y al Monte del Buitre como uno de los escenarios de algunas de las enseñanzas más importantes del Buda. Yo visité el Monte del Buitre hace unos cuantos años y me sorprendió lo chico que es, un pico redondeado más bien pequeño rodeado por otros picos aún más pequeños. Si eran muchos los discípulos que se congregaban ahí para escuchar las enseñanzas del Buda, deben haberse esparcido en las faldas, o en otras cimas, de modo que han de haber tenido algunos problemas para escucharlo bien. Me acordé de La vida de Brian, la película de Monthy Python, donde la gente que estaba hasta atrás, al escuchar el Sermón de la Montaña de Jesús, pensó que había dicho: “Bienaventurados los que hacen queso” y “Bienaventurados los griegos”. Debe haber sido muy fácil malentender a los maestros espirituales en la antigüedad, sin micrófonos ni sistemas de grabación adecuados. De modo que las escrituras, basadas en lo escuchado, quizá no sean tan confiables. En todo caso, cualquier cosa escrita siempre es incorrecta porque la escritura es, en cierto sentido, por naturaleza, abstracta e intemporal, en tanto que la vida es siempre muy particular y temporal. Por lo tanto, incluso si las escrituras registraron las palabras exactas de Buda, lo cual es bastante dudoso, haciendo a un lado los sistemas sonoros, estas palabras todavía no serían exactamente lo que necesitamos. El Zen se describe a sí mismo como una “transmisión especial fuera de las escrituras, el tesoro del ojo de las enseñanzas verdaderas, la mente inefable del Nirvana”, pero yo creo que esto mismo puede decirse de toda verdad espiritual real. No hay nada especial acerca del Zen. Probablemente todas las enseñanzas espirituales están, en esencia, “fuera de las escrituras”.

En textos como los sutras  Parinirvana y Kalama, podemos observar al Buda motivando a sus discípulos a encontrar su propio camino hacia las enseñanzas, a no confiar en maestros carismáticos, en la tradición o en la costumbre, a menos que lo que se les presentara fuera verificado por la experiencia personal. En un famoso pasaje del sutra Parinirvana, el Buda aconseja a sus discípulos: “Sean una lámpara para sí mismos”. Éste es uno de los aspectos de las enseñanzas del Buda que muchos de nosotros encontramos más atractivo, y encaja bien con nuestra cultura occidental del pensamiento crítico e independiente. Desde luego que hay mucho más que decir al respecto, porque hemos estado confiando en nuestra propia experiencia e inteligencia todo este tiempo pero aún estamos hechos bolas. Venimos a practicar porque sabemos que necesitamos algo más allá de nuestra propia experiencia e inteligencia. No es que necesitemos confiar en algo fuera de nuestra existencia o nuestra inteligencia. Es sólo que necesitamos otro camino, otro punto de acceso. La historia del Buda haciendo girar una flor habla de este punto de acceso alternativo. Para hablar de ello haré un poquito de contexto.

En el budismo temprano, Buda se concebía como una persona excepcional que descubrió y venció, a través de su propia experimentación subjetiva, la raíz del sufrimiento humano, y que creó un método para compartir su experiencia de modo que otros pudieran repetirla. Pasó aproximadamente cuarenta y cinco años puliendo su discusión sobre este método y creando una estructura social para una comunidad organizada que lo promoviera.

En el sutra de la Flor de Loto —un texto Mahayana, de vital importancia en el budismo del Lejano Oriente— se obtiene un sentido bastante distinto de quién era Buda y qué buscaba. En este sutra, el Buda revela que él no es en absoluto una persona, él es el principio eterno de la naturaleza inefable esencial de la realidad. Dice que antes había pretendido ser una persona, había fingido su nacimiento, su crecimiento y su muerte, porque eso era lo que la gente de su tiempo esperaba y necesitaba. Dice que los varios métodos meticulosos tempranos que ideó para promover el despertar en realidad eran recursos convenientes, útiles para los discípulos de corto entendimiento, pero no realmente importantes o necesarios y que, ahora, en el sutra de la Flor de Loto, revela la verdad más profunda de que el Nirvana no es un estado a ser alcanzado en un tiempo futuro a través de un largo esfuerzo. De hecho, Nirvana es la naturaleza real de las cosas, de modo que ningún método y ningún cultivo son (o fueron) necesarios; tan sólo basta con tener fe en las enseñanzas verdaderas del sutra de la Flor de Loto. Tan sólo sostener una flor sería necesario para evocar todas las enseñanzas, todas las verdades. No se necesitaría nada más.

Mientras el sutra de la Flor de Loto es expansivo y poético, más que filosófico en cuanto a su organización, como lo suelen ser otros sutras, sugiere y apoya dos conceptos cruciales en el budismo Mahayana que son pertinentes para nuestra discusión: uno de ellos es Suchness, ─ las cosas tal y como son, el mundo como es, visto en su aspecto verdadero, libre de nuestras proyecciones conceptuales, de nuestra locura ordinaria. La idea budista temprana de que el mundo es un valle de lágrimas a vencer a través de la purificación y el esfuerzo se deja de lado en el sutra de la Flor de Loto en favor de un mundo espiritualizado, un mundo eterno, que es el único mundo real. El concepto de Suchness (las cosas tal y como son) sugiere que este mundo verdadero, más allá de la visión limitada que tengamos acerca de él, es ya una tierra búdica perfecta, si tan sólo pudiéramos abrir nuestro ojo de fe y verlo tal como es.

Un segundo concepto Mahayana basado en las enseñanzas del sutra de la Flor de Loto es Upaya: medios hábiles (skillful means). Conforme a la doctrina de Upaya, no existe un medio fijo y particular para alcanzar el despertar. Uno no tiene que limitarse a las prácticas budistas enseñadas previamente, que eran, después de todo, solamente provisionales y limitadas en su alcance. En realidad, todo constituye potencialmente un medio para lograr el despertar. Simplemente se trata de ver esto y saber cómo aplicar cada cosa en cada caso en particular. La práctica budista no se limita a la meditación austera, a los preceptos monásticos, al cultivo de estados propicios, etcétera, —es decir, a aquellas actividades que mejor convienen a los ascetas y a quienes renuncian al hogar—. La práctica de los medios hábiles de los Bodhisattvas significa ayudar a todos los seres sin excepción a fin de que logren el despertar. Si los seres necesitan alimento, el tofu es un medio hábil; si requieren calor, un cobertor es un medio hábil. No hay nada que no pueda formar parte de un programa para el despertar. Todo es práctica.

Si el Buda no es un ser humano nacido de su karma pasado en este mundo para una última vida de práctica, como lo enseñaban los sutras previos, si, en vez de ello, el Buda es el principio eterno de “Las cosas tal y como son” (Suchness) y el despertar como lo implica el sutra de la Flor de Loto, entonces, ¿cómo y por qué aparece en este mundo? Este sutra enseña que aparece no a partir del karma, como todos los demás seres, sino debido a la “Gran Condición Causal”, que es la naturaleza interdependiente de la existencia y la no-existencia, un área cuya forma verdadera y cuyo propósito último es el amor. Ésta es una enseñanza asombrosa y profunda: lejos de ser un mundo de lágrimas y conflictos como parece, este mundo de la existencia y la no-existencia, vista a la luz de “Las cosas tal y como son” (Suchness), y vivido conforme al Upaya es, en realidad, un mundo de goce y despertar. Pero los seres no lo saben. Están hundidos en un mar de sufrimiento. La verdadera trayectoria de la realidad va hacia la supresión de este sufrimiento a través del amor.

Me parece que, de alguna manera, todos sabemos que el amor es nuestra verdadera naturaleza y nuestro verdadero propósito; todos nosotros añoramos alcanzar este objetivo, por más confundido o extraviado que sea nuestro anhelo. El hecho de ser humanos nos ha imbuido justo en ese ser humano cierto sentido de anhelar y alcanzar algo mucho más grande, no fuera de nuestras vidas, sino como nuestras vidas. Todos nosotros estamos en busca de la “Gran Condición Causal”, incluso si no lo sabemos. El sutra de la Flor de Loto afirma que es así y nos muestra una manera de entenderlo y vislumbrarlo.

Una frase importante de este sutra, que es crucial para Dogen, para Suzuki Roshi y para entender nuestra historia, es que el concepto de “Las cosas tal y como son” (Suchness) se revela “a través de un Buda y un Buda”. Un Buda solo no lo puede comprender; sólo un Buda y un Buda pueden hacerlo. Aunque todos debemos confiar en nuestra propia experiencia e inteligencia, no podemos comprender “Las cosas tal y como son” como resultado de nuestro propio esfuerzo. Una apreciación del verdadero concepto de “Las cosas tal y como son” puede despertar en nosotros sólo a partir de un encuentro radical. “Sólo un Buda y un Buda” significa que no hay budas separados. Sólo hay puntos de encuentro, momento tras momento, mundo tras mundo, de encuentro. Todas las cosas convergen, se fusionan, se mezclan, se crean y se liberan entre sí. Nada está separado y solo. Así son las cosas. Ésta es la compasión: no meramente un extra algo que uno de nosotros siente hacia el otro, sino la existencia misma. Ser es por naturaleza compartir y amar. Y nos damos cuenta de ello no como una enseñanza de un concepto o de un método con el cual podamos trabajar y finalmente asir, sino a través de nuestro mutuo reconocimiento, de nuestro mutuo despertar compartido.

De modo que el discurso sobre el Dharma que Buda enuncia en el Monte del Buitre no incluye palabras. Él toma una flor y la hace girar. Éste es su discurso: su demostración de “Las cosas tal y como son”. Sólo Mahakashapa lo comprende. Tal y como señala Aitken Roshi en su comentario, el original chino dice literalmente: “La cara de Mahakashapa estalla”, o como diríamos nosotros, “estalló en una sonrisa”. Mahakashapa estaba ahí sentado meditando en el Monte del Buitre, escuchando al gran Maestro, tratando de portarse serio, como todos los demás, como estamos todos en este mundo tan serio lleno de sufrimiento y tribulación, y mira la flor, sólo eso, una flor. ¡Tan maravilloso! Tan sencillo. Sin palabras, sin explicaciones, sin tragedias, sin drama, sólo una flor. ¡Qué extraño y qué curioso! Mahakashapa estalla.

La vida es tan poco improbable, tan milagrosa, tan patética, tan hilarante, tan trascendente y tan diferente a la manera en que pensamos que es, que estallamos cuando vemos lo absurdo de todos nuestros decididos esfuerzos por ir contra corriente, arar las nubes, arreglar lo que no tiene arreglo y entender lo incomprensible. Un comentario que viene al caso dice que Mahakashapa y Buda sonrieron en una misma sonrisa: entre ellos hubo una sonrisa. Estuvieron perfectamente de acuerdo, en perfecta armonía, en relación perfecta, en perfecta confianza. En esencia, no eran dos. Probablemente si hubiesen empezado a discutirlo, no habría sido ya tan perfecto. Tan pronto sales de este perfecto centro, empiezan los problemas. Pero toda vez que experimentas las cosas como realmente son, libres de la confusión acerca de ellas, incluso durante sólo un momento, ya no se te olvida nunca. Confías en que tu vida está bien y en que posee una integridad, pese a tus muchos errores y limitaciones. Tus problemas no tienen que vencerte. Puedes lidiar con los problemas inevitables que surgen y tu propia ceguera y confusión no tienen que hacer que te tropieces tanto. “Sólo un Buda y un Buda” es todo lo que siempre ha habido.

¿Bajo qué autoridad vivimos nuestra vida? Siempre estamos buscando legitimidad a través de diplomas y certificados, de nuestras actas de nacimiento y nuestras actas de defunción. Cedemos nuestra autoridad como individuos a las instituciones sociales: las universidades, la iglesia, el Estado. Pero bajo el radar de todo esto anhelamos un sentido de autorización más profundo. Ésta puede ser la moraleja fundamental de nuestra infelicidad: no sentimos que nosotros mismos seamos los autores de nuestra vida, y necesitamos ser nuestros propios autores, nuestra propia autoridad. Necesitamos ser auténticos. Estamos dispuestos a soportar mucha carga, mucho de no lograr lo que queremos, para llegar a experimentar este sentido de autoridad en nuestro vivir. Podemos alcanzar honores y riquezas pero eso no significa mucho si no sentimos la profundidad de autoridad que buscamos desesperadamente.

En esta historia encontramos una ilustración de cómo se confiere la autoridad real: no la que Buda le dé a Mahakashapa, sino la que existe entre Buda y Mahakashapa, la realidad confiriéndose autoridad a sí misma. Entre ellos prevalece la confianza, ese tipo de confianza que inicia y termina con cada uno de nosotros reconociendo “Las cosas tal y como son” de nuestra existencia y, partiendo de esa base, saliendo a encontrar al otro. Estamos, una vez más —como lo son tantas cosas verdaderas— ante una paradoja. La autoridad última es la no-autoridad: no hay ninguna autoridad que yo posea o pueda conseguir. Sólo está mi vida y mi disposición para verla tal y como es, y para encontrarla, momento a momento. A menos que esté dispuesto a encontrar y a ser encontrado, no tengo autoridad en absoluto.

La autoridad de “Las cosas tal y como son” no es algo que pueda ser dado, o algo que podamos tener y que los demás no tienen. De acuerdo con la tradición Mahayana, el Buda dijo al iluminarse: ¡qué maravilloso, todos somos iluminados! Todos y cada uno de nosotros compartimos automáticamente “Las cosas tal y como son”: si se mueve, debe tratarse de “Las cosas tal y como son”. Si es, es Buda. De modo que no hay nada especial aquí, y no se necesita nada más. Buda transmite la mente maravillosa del Nirvana a Mahakashapa pero no hay nada que transmitir. Ya ha sido transmitido. La vida transmite vida; el tiempo transmite tiempo. Pensar que hay algo más que transmitir —algún mensaje secreto que sólo le es susurrado al iniciado bien entrada la noche— es reducir lo que es transmitido. En el Zen, la gente que recibe la transmisión del dharma sabe que no hay nada que transmitir. De cierta forma se trata de una broma, una suerte de juego velado: ¡por eso es que estalla Mahaskashapa! Sin embargo, al mismo tiempo, hay que transmitirlo. Tienes que sostener una flor. En realidad no hay un maestro y un estudiante y, al mismo tiempo, es necesario que sostengamos estas relaciones y todo lo que conllevan. Así es como activamos la Gran Condición Causal del amor y la compasión. Y debemos activarla; es nuestra obligación como humanos, nuestro papel, nuestra tarea y nuestro gozo.

La transmisión formal del Dharma conlleva una gran responsabilidad. Cuando, en silencio, hacemos girar una flor en la Gran Asamblea, y alguien sonríe, y nosotros le sonreímos, cumplimos con esa responsabilidad. Pero tan pronto abrimos la boca y empezamos a realizar acciones en el mundo, con toda seguridad, nos quedamos cortos en relación con esa responsabilidad. Es triste, ya lo creo. Sin embargo, es humano asumir esa responsabilidad. Es necesario. Es con lo que estamos luchando, en lo que todos nosotros estamos trabajando.

Trad. de Irlanda Villegas