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Mumonkan, caso 5: El hombre colgado del árbol de Xiangyan

By: Norman Fischer, Zoketsu Norman Fischer | 09/12/2000
Location:
In Topics: Zen Koans

… Aun si has memorizado todos los sutras, no puedes utilizarlos.

Mumonkan, caso 5: El hombre colgado del árbol de Xiangyan

Por Zoketsu Norman Fischer

Septiembre 12, 2000, en el Seminario de Dharma

Caso:

Xiangyan dijo: “He ahí a un hombre aferrado de los dientes a
un árbol que cuelga sobre un precipicio. Sus manos no sujetan ninguna rama, sus
pies no descansan sobre rama alguna. Alguien parado al pie del árbol le
pregunta: ‘¿Cuál es el significado de la venida de Bodhidharma del oeste?’

Si el hombre del árbol no contesta, no cumple su
responsabilidad con la persona que está abajo; y si contesta, cae y pierde la
vida. ¿Qué hacer entonces?”

Comentario de Mumon:

En un predicamento tal, la elocuencia más brillante es
inútil. Aun si has memorizado todos los sutras, no puedes utilizarlos. Cuando
puedes responder correctamente, das vida a quienes están muertos y matas a
quienes han estado vivos. Pero si no puedes responder correctamente, deberás
esperar y preguntar al Buda, Maitreya.

Verso de Mumon:

Xiangyan es realmente un tonto

que esparce ese ilimitado

veneno que mata el ego

cierra las bocas de sus alumnos

y cubre sus

cuerpos enteros con ojos de demonio.


En conexión con este caso
se cuenta siempre la historia del
despertar de Xiangyan. Parece que, como muchos adeptos al zen, Xiangyan era un
intelectual, un estudioso de los sutras. Resulta interesante que en el zen los
especialistas en las escrituras sean comúnmente blanco de burlas, pero el hecho
es que la mayoría de los grandes maestros zen del pasado y el presente son
personas sumamente cultas. Y aunque se repita una y otra vez que es preciso
tener experiencias reales concretas, es un hecho que en tanto que la práctica
del zen se centra en la comprensión de la literatura zen —y esto es válido en
gran medida— la tradición religiosa del zen es altamente literaria.

En estas historias generalmente el personaje literario agota
sus recursos intelectuales y de pura frustración quema su biblioteca y estalla
en desesperación. Esta es una metáfora típicamente zen y es exactamente el tema
de la historia de Xiangyan. Su maestro le pide que exprese su comprensión y él
se quiebra el cerebro, consulta sus notas pero no puede responder la pregunta,
“¿Quién eras antes de que nacieran tus padres?” Él le dice a Guishan, su
maestro, “No puedo contestar a eso, por favor, enséñeme”. Pero Guishan dice,
“No tengo nada que enseñarte; y aunque lo tuviera, si te lo explicara ahora,
más tarde me odiarías por eso. Además, lo que yo pueda saber es mío; nunca será
tuyo”. Esta es una buena respuesta del maestro, pienso. Y no se trata ni de una
broma ni de una técnica pedagógica: es así literalmente. El fruto de la
práctica no es la comprensión conceptual de algo; es un sentimiento que tenemos
hacia la vida, una manera de vivir nuestra vida; y aunque zen es zen y todos
llegamos a ver lo mismo en nuestra vida a través de la práctica, es algo
realmente único para cada uno de nosotros porque cada uno vivimos un dilema
diferente. Así que tenemos algo que compartir pero también cada uno tiene que
descubrirlo por sí mismo. Es poco usual que un maestro sea muy claro al
respecto, así que admiro a Guishan por su respuesta.

Entonces Xiangyan estalla y quema sus textos de sutras y sus
notas para irse a cuidar la tumba de un maestro eminente. Y ahí trabaja todos
los días calladamente barriendo y limpiando el lugar. Un trabajo agradable, me
parece, y probablemente un gran alivio para Xiangyan. Wittgenstein trabajó en
un monasterio católico como jardinero hacia el fin de su vida, lo cual siempre
me ha parecido maravilloso. Es más duro hacer algo semejante ahora; tal pareciera
que no existe apoyo social para los cuidadores de tumbas o los jardineros. Es
preciso ser dueño del cementerio o del negocio de jardinería para sobrevivir.
Ser un trabajador humilde es hoy una opción menos accesible de lo que antes
fue. Eso está mal. Enfin. Un día Xiangyan estaba barriendo y una piedra saltó
golpeando un bambú hueco: ítoc! Con ese sonido, despertó. Corrió a su choza,
tomó un baño, se vistió muy bien y ofreció incienso en gratitud a su maestro
por no haberle dicho nada.

Quisiera hacer algunas puntualizaciones sobre esta historia.
Primero, ¿cómo es que estudiamos y pensamos las cosas? Mi idea es que
deberíamos hacerlo como poetas. Pienso que la práctica zen —y lo extendería a
la práctica religiosa en general— tiene una aproximación poética. Con esto
quiero decir que el estilo de pensar o estudiar no es ni lógico ni acumulativo,
no enfatiza el razonamiento ni la acumulación de datos; es por el contrario
experiencial y las conexiones se establecen a partir del sentimiento y de
acuerdo a lo que uno sabe ya profundamente dentro de su corazón y no por
adherirse a algún tipo de escolasticismo o por seguir una línea de pensamiento
sobre la doctrina. Es claro que todas las religiones e incluso el zen poseen
tradiciones académicas que involucran la lógica, la acumulación de datos,
etcétera, y no hay nada de malo en eso. Resulta interesante. Sin embargo la
verdadera esencia de cualquier tradición, su punto pivotal de trasformación no
puede jamás ser académico. Se trata siempre de un giro poético de la mente o el
corazón, de una epifanía. Está bien estudiar y leer. Pero existen muchas
maneras de leer: se puede leer con la mente o con la panza o con la respiración
o con el corazón. Deberíamos leer de todas esas maneras. Con frecuencia le
aconsejo a la gente que lea un poco después de sentarse durante unos diez o
quince minutos; que lean unos párrafos. Permitan que las palabras se absorban.
Si flotan fuera de su cabeza, está bien. Si permanecen en sus entrañas, mucho
mejor. Si leen algo que parece importante, paren y respiren con las palabras.
Si es realmente importante, escríbanlo, pongan estas palabras en su altar y
respiren con ellas durante el día. Esto es leer con los pulmones y la vesícula.
Así que cuando las viejas historias dicen que el monje quemó sus libros o
cuando hablan de maestros analfabetas, como el sexto ancestro, pienso que no
nos están diciendo que dejemos de estudiar; creo que apuntan a una manera
peculiar de hacerlo.

El segundo punto que quiero resaltar en esta historia es que
—como sucede frecuentemente en las historias zen— parece involucrar una crisis.
Parece como si una especie de crisis fuera necesaria en la práctica espiritual
para finalmente ver lo que es preciso ver. Y no es una crisis artificial creada
con el fin de llegar a la iluminación, sino una crisis real, una noche oscura
del alma.

Tengo varios amigos que están pasando por este tipo de
crisis. Es interesante. Todos ellos son muy exitosos, han logrado mucho en sus
carreras, están felizmente casados, sus hijos están estupendos, su salud es
buena y no hay nada particularmente difícil sucediendo en sus vidas. Y a pesar
de todo cada uno de ellos está pasando por un momento realmente duro, un
momento de vida y muerte. Es difícil explicar. Es algo interior de lo que
probablemente no hablen mucho; y estoy seguro de que la mayoría de quienes los
conocen no tienen ni idea de lo que les está pasando. Y sus crisis son sin
embargo muy reales.

Llegas a un punto en la vida, pienso, donde te das cuenta de
que no sabes dónde estás o a dónde vas. Te percatas de que te estás aferrando a
algo y que no puedes soltarlo y que debes soltarlo. Esto se convierte en algo
inmenso y tal parece que no puedes encontrar la manera de soltarlo aunque el
dolor que te cause sea muy intenso.

Eso es lo que le pasa a Xiangyan en esta historia. Y hace lo
que yo haría en una situación semejante: abandona su estilo de vida y lo
simplifica, lo vuelve muy tranquilo dedicándose sólamente a labores muy
sencillas. Me doy cuenta de que para mis amigos no es posible abandonar sus
familias y carreras para ocuparse de un panteón. En algunos casos podría
resultar factible; pero en la mayoría, aunque fuera posible, se trataría de una
huida romántica, de una manera de evadir el problema. Mis amigos pueden, sin
embargo, encontrar la forma de tranquilizar su interior, reconocer la
naturaleza de su crisis y al hacerlo, desprenderse en la medida de lo posible
de las cosas superfluas y frívolas; son capaces de evaluar todo lo que son y
preguntarse: ¿Es esto realmente necesario o se trata de otra de las cosas que
hago automáticamente sin realmente necesitarlo? Y entonces aun las cosas que sí
necesitan hacer podrán hacerlas más despacio y con un sentido de renunciación.
La renunciación —el reconocimiento de que al final habrá que renunciar a todo,
y que aún ahora debemos renunciar a todo— es algo a lo que tendrán que
acostumbrarse. Esta es la solución a la crisis. Es lo que hace Xiangyan:
renuncia a su Ch’an literario e interesante y se dedica a barrer los pasillos
del cementerio.

Y entonces, ítoc!, sorpresivamente todo se vuelve claro para
él. Pero esta es una historia, ¿sí? Nuestras soluciones quizá no suenen tan
dramáticas o tan claras. Pero podrían serlo; y en todo caso, dentro del
contexto de nuestras vidas resultarán igualmente cruciales.

Lo interesante que deseo recalcar sobre esto es que en las
historias zen estos momentos nunca suceden durante la práctica de la
meditación. Siempre ocurren en momentos de relación. Por lo general se trata de
un intercambio entre dos monjes. Puede ser también, extrañamente, cuando se
escucha una lectura o una recitación. Y algunas veces, como aquí, es un acto de
la percepción: el órgano el oído se encuentra con el objeto escuchado. Y esto
es lo que lo desencadena: un encuentro.

He estado leyendo el “I and Thou” (Yo y tú) de Martin Buber
y me ha sorprendido lo mucho que me recuerda a esta experiencia zen. Buber dice
que el verdadero vivir, el vivir profundo, es sólo encuentro, un encuentro
verdadero. Una relación tan íntima que en el proceso las dos partes se alteran
entre sí absolutamente. Una relación, dice, que sólo sucede en el momento
presente más radical y que sólo tiene esa duración. En tales relaciones no
existen ni el tiempo ni el espacio, y estas relaciones no son experiencias.
Insiste en este punto: no son experiencias. Ocurren pero no son experiencias.
No es que los dos se fusionen: sigue existiendo yo y sigue existiendo tú; pero
ambos son creados en ese momento en virtud de la renunciación a todo lo que
ocurre en ese momento de relación.

En esta historia Xiangyan se relaciona con el mundo: se
relaciona con el hecho de escuchar algo; escucha algo por primera vez y es
creado una vez más como persona. Cuando escuchas algo realmente, el mundo
entero está en tu oído. Tu vida cambia para siempre. ¿Qué podrías andar
buscando en un momento como ese? ¿Cómo sentirte incompleto? Pienso que cuando
Xiangyan oyo ese ítoc!, no el importó si vivía o moría, y todos sus logros y
fracasos, su felicidad y su tristeza carecieron absolutamente de importancia.
La historia no va más allá de lo que les he contado, pero estoy seguro de que
después de esto Xiangyan se sintió con ganas de salir y encontrarse con el
mundo en todo momento. Como en la décima ilustración de “Ox Herding” (pastoreando
al buey) se encontraba ya listo para salir con su gran bolsa de maravillas y
tratar de divertirse con quienquiera que se topara y de ayudar un poco si
podía. Quizás haya hecho eso en el cementerio; no lo sé. Pero estoy seguro de
que se sintió así.

El tema de la historia del hombre en el árbol de Xiangyan es
una fábula sobre sobre una persona en medio de una crisis, aferrándose a la
vida de los dientes, listo para caer y morir. Esto es ciertamente una crisis. Y
es la crisis de cada momento de nuestras vidas, por supuesto. Es la crisis del
tiempo mismo. Aun si no hubiera habido nadie abajo haciendo esas preguntas tan
molestas, sería una crisis —no puedes, después de todo, permanecer agarrado así
para siempre—; pero encuentro interesante el que la urgencia del asunto
provenga de que el hombre colgado del árbol sepa que es responsable frente a
otros. Es responsable ante la persona que hace la pregunta allá abajo. Y es
porque es responsable ante otros que debe asumir la situación, que realmente
debe hacer algo. Pero, como sucede con las cosas más íntimas de nuestras vidas,
lo que sea que haga está mal. No hay solución a su dilema.

En su comentario a este caso Shibayama-roshi cita a alguien
que dice, “¿Y qué cuando se caiga del árbol, cuál es entonces el significado de
la venida de Bodhidharma desde el oeste?” Y Shibayama añade, “Si cuelga del
árbol, tal como está, la esencia del zen se manifiesta ahí. Aquí y ahora, tal
como es, eso es todo”.

El maestro zen Baiyan al comentar este caso dijo, “Xyangyan
convirtió a la tierra entera en un horno fulgurante cuyas flamas se extienden
al cielo”.

No hay salida de aquí: esa es la definición de la vida. No
hay salida para escapar a nuestra responsabilidad hacia otros y no hay manera
de que abracemos realmente la impermanencia. Además, no hay manera de que
ignoremos nuestro problema humano: tenemos que penetrarlo y colgar de ese
árbol. Claro que no existe solución a este koan; no se trata de un problema con
truco o con una solución inteligente. No existe solución de ningún tipo, y es
por eso que los asuntos de nuestras vida se resuelven al final a través de la
renunciación, del desprendimiento total.

Cuando te desprendes totalmente y reconoces que es fácil
hacerlo ya que en realidad nunca tuviste nada para empezar, ni siquiera tu
vida, entonces puedes hacer las cosas que necesitas hacer. Puedes herir a
alguien si no hay manera de no herirlo, y puedes vivir con eso. También puedes
disfrutar amar a alguien sabiendo que cada día que lo ames es un día precioso,
el primer día y el último día de amarlo. No buscas finales felices. No tratas
de atar cabos sueltos. Haces tu mejor esfuerzo, por supuesto, pero sabes que en
relidad no hay esperanza para eso. El sufrimiento es infinito y todos nosotros
estamos absolutamente solos en el centro del mundo.

Soy una persona práctica y siempre pienso: ¿a qué equivale
todo esto que digo? ¿Por qué pierdo mi tiempo hablando de esto? La gente hace
lo suyo de todas maneras y, ¿qué hace este tipo de cosas por alguien?

Siento que si te sientas todos los días y haces de ese sentarte
un horno en el que arda toda tu vida, en otras palabras, si te situás enmedio
de tu vida pero no enmedio de tus pensamientos, emociones o ideas —y saltas al
interior de ese espacio enorme, y reconoces que es aquí donde todos vivimos
siempre— si puedes hacer eso, entonces pienso que también puedes reconocer la
renunciación y recordártela a ti mismo todo el tiempo, y puedes practicarla. Si
lo haces, tu estado mental y tu conducta empezarán a verse afectados. Te darás
cuenta de que no tiene sentido aferrarte a ti mismo y a tus deseos. Puedes
pasarla bien, no hay problema. Pero no te aferres. Y entonces te será posible
colgar de ahí únicamente respirando. Si te caes no será muy diferente: caerse o
colgar son ambas una forma de colgar.

Comentario de Mumon:

En un predicamento tal, la elocuencia más brillante es
inútil. Aun si has memorizado todos los sutras, no puedes utilizarlos. Cuando
puedes responder correctamente, das vida a quienes están muertos y matas a
quienes han estado vivos. Pero si no puedes responder correctamente, deberás
esperar y preguntar al Buda, Maitreya.

“Das vida a aquellos que están muertos” significa a ti mismo
y a otros: despiertas por primera vez al ver y al oír y al hablar y al
escuchar. Puedes ver lo que está en juego en nuestras vidas y empiezas a
vivirlo. Y cuando lo haces te conviertes en ejemplo para otros.

“Matas a aquellos que han estado vivos” significa que ya no
tienes que preocuparte más por aquellas obsesiones y confusiones que te
plagaban antes. Cuando surgen, las reconoces como lo que son: instancias de
sufrimiento con causas muy claras; y cuando ves las causas las dejas ir y
reduces así el sufrimiento. Ahora tus problemas son problemas verdaderos,
problemas grandes, no comunes y corrientes.

Verso de Mumon:

Xiangyan es realmente un tonto

que esparce ese ilimitado

veneno que mata el ego

cierra las bocas de sus alumnos

y cubre sus

cuerpos enteros con ojos de demonio.

Los estudiantes que escuchaban a Xinagyan contar esta
historia se quedaron anonadados: no podían responder. Se estaban saliendo de
sus casillas ante este problema aparentemente insoluble. Pero el problema es
sencillo y son sus mentes las difíciles. Piensan que existe una solución cuando
la solución está en abandonar el problema, como es el caso usualmente. Si
hubiera sido yo el que colgaba, hubiera gritado íAyuda! íAyuda! íAyuda!
íSálvenme! Y luego hubiera saltado a mi muerte feliz.

traducción/translation: Guillermina Olmedo zentient@pvnet.com.mx

® 2000, Norman Fischer